Adiós, Yayo
Nunca existen letras suficientes para describir lo que se
siente cuando tienes que despedirte. Sobre todo, cuando de repente todos los
bonitos recuerdos se agolpan en tu cabeza. Te das cuenta de que el tiempo
siempre es tu mayor enemigo, porque corre muy por delante de ti y cuando
crees que lo has atrapado, vuela.
Hoy intento escribirte a ti, yayo, desde lo más profundo de
mi corazón, para que la historia registre ante el mundo que siempre te querré y que
te echaré de menos.
Para mí siempre has sido como una caja misteriosa, llena de
historias entrañables, risas y bonitos gestos que se han ido pegando en cada página
del libro de mi vida.
Siempre recordaré ese semblante serio cuando quedábamos en
un bar, semblante que se transformaba en risa, cuando me contabas anécdotas que
habías vivido en tu vida. Esa amabilidad que brotaba de ti cuando pagabas la
cuenta, queriendo pagar hasta las tapas que te regalaban. Las risas que nos echábamos
cuando nos amenazabas con el bastón a mi hermano y a mí si nos portábamos mal.
Los viajes que te echabas desde tu casa para quedar conmigo en el bar de mi
barrio, sin tan siquiera mediar una palabra, para darme dinero cuando era
pequeño.
Aún recuerdo esa carta inocente que eché en tu buzón,
diciendo lo mucho que te quería y como me respondiste, con otra carta que tenía
100 pesetas en su interior. Y la de veces que me quedaba a dormir en tu casa
cuando eran las fiestas del barrio.
Recuerdo los viajes que hice contigo y con la Yaya, a la
playa, a Murcia... Aún recuerdo aquel viaje
a Granada que hicimos solos tu yo, donde no querías que viéramos la Alhambra
porque tú ya la habías visto. Y las risas de aquellos gatos que huían
despavoridos de ti, cuando intentabas que no se comieran a las palomas. O ese
viaje al museo de las artes y las ciencias, donde me perdí en cuanto te diste
la vuelta y luego te llamaron para que me buscaras.
Te quiero dar las gracias por haber cuidado de mí en cada
momento desde las sombras, por ayudarme en los momentos de dificultad y sacarme
siempre una sonrisa. Gracias por haberme mostrado esa sensibilidad oculta que tenías
y que dejabas ver cuando soltabas una pequeña lagrima cada vez que iba a verte.
Ahora estás con la Yaya y sé que serás feliz allí donde estés.
Siempre te llevare en mi corazón.
Te quiero, Yayo.
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