Llevo tiempo observándola, oculto entre las sombras. La
veo, con su caminar decidido, cargando las bolsas de la compra día tras día a
la misma hora. Su caminar es lento, su mirada yace clavada en el suelo
continuamente, oculta bajo sus gafas de sol. Su larga melena morena cubre sus
hombros y su cuello.
La sigo desde la acera de enfrente, disimulando cuando se
gira para que no note mi presencia. Tarda un buen rato en llegar al portal de
su piso, más de lo normal, debido a su lento caminar. Deposita las bolas en el
suelo, saca sus llaves, busca la que abre el portal y la introduce en la
cerradura. Después viene ese gesto, su cabeza se alza y suspira cerrando los
ojos. No quiere entrar.
Cuando el portal se cierra, cruzo la carretera y
permanezco en la puerta unos segundos, repasando en mi mente lo que debo hacer.
Saco la llave, abro el portal y subo las escaleras, guiado por el olor de su
colonia aun impregnada en el aire que recorre los escalones. Mientras subo,
escucho su puerta cerrarse. Apenas llego a su puerta, la toco con mi mano, como
si quisiera golpearla, pero en cambio la alejo, no tengo la fuerza. Me siento pegando
mi espada a la puerta, apoyo mi cabeza en ella y cierro los ojos. La siento.
***
Ahí está el, sentado en el sofá con los pies encima de la
mesa, con su cerveza, viendo el partido de futbol. El olor a cerrado te obliga
a taparte la nariz nada más entrar y no has de mirar demasiado el comedor como
para ver la porquería que hay tirada en el suelo. Le saludo, él contesta: “Ya
era hora”. Me invento una excusa, que me he encontrado con una amiga, a él le
da igual. Dejo la compra en la cocina, los platos están sin fregar, para
variar. Coloco la comida y después me pongo a limpiar la cocina, empezando por
los platos sucios. El sofá cruje, se escucha un bramido y después el ruido metálico
de la lata golpeando la tele, ha marcado el equipo contrario. Yo no digo nada,
solo sigo fregando.
Él no ha sido así siempre, al principio era una bellísima
persona. Me llenaba de detalles, me hacía sentir una princesa, me hacia reír y
me protegía. Siempre sabía lo que decir para hacerme sonreír, pues mi sonrisa
era algo que le encantaba. Siempre quería que riera, era muy importante para él
y no paraba hasta que por fin la dibujaba, era mi ángel. Cuando empezamos a
vivir juntos, nos repartíamos las tareas y la casa siempre estaba limpia.
Cuando aparecía por la puerta, se levantaba corriendo a abrazarme y me susurraba
al oído un “Te quiero”. Pero de repente cambió y se transformó en el monstruo
que es ahora.
Escucho que se levanta, yo mientras termino de limpiar el
último plato. Noto como su mano toca mi trasero y lo aprieta con fuerza, yo me
muerdo el labio para aguantar el dolor. – Haz la cena.- Dice, mientras abre el frigorífico
y se coge otra cerveza. – Y limpia toda esta porquería, tienes la casa hecha un
asco.- Asiento, como una niña pequeña.
La cena está terminada, pongo la mesa y lo llamo para
cenar. Se levanta, se sienta en la mesa y eructa, esta borracho, seguro. Sirvo
la cena, él se queda mirándola con cara de asco. Hasta hace poco le gustaba,
pero ahora se ve que no. La prueba, mastica, engulle y me mira. Ahí está esa
mirada de nuevo, aquella que augura malos presagios. Su mano coge el plato y lo
estampa en mi cara sin pensárselo dos veces. –Esto está asqueroso, ¿quieres
envenenarme?- grita, mientras mis lágrimas se mezclan con la sangre que brota
de los cortes. Inconscientemente me cubro la cara, su mano me agarra con tanta
fuerza que pareciera como si mi brazo fuera a partirse en dos. Me levanta y con
la otra mano me cruza la cara. Me empuja y me golpeo la espalda contra la
encimera, luego caigo por el dolor.
Los gritos invaden la casa, el ruido aumenta, ha tirado
la mesa, me ha gritado “Hazme algo que este bueno” y se ha vuelto a tumbar en
el sofá. Agarro mis rodillas y me refugio en ellas, llorando, he de levantarme
pronto o volverá a pegarme.
Un ruido me asusta, la puerta de la calle sale despedida estrellándose contra la pared del salón. Alguien entra, es un cuerpo
conocido. Alzo la cabeza y cuando veo su rostro me asombro.
***
La patada ha empujado la puerta hacia el fondo, entro con
decisión, me giro y la veo. Ella me ve, sus ojos se asombran como si hubieran
visto un fantasma, o a alguien conocido. Me basta una mirada para ver sus
heridas, su precioso rostro arañado, su brazo izquierdo y su ojo derecho
amoratado y sobre todo, aquello que más rompe mi corazón, si mirada llena de lágrimas
ocultando su sonrisa.
Él se levanta, viene directo a pegarme, me giro a tiempo
de bloquear el primer puñetazo. Golpeo su estómago, vomita, agarro su cuello y
empotro su cabeza contra la pared haciendo un agujero. La saco, me giro y
dirijo una patada directa a su columna que lo impulsa contra la pared. Arranco
la televisión de cuajo, se la estampo en la espalda rompiéndole los huesos. Después
lo agarro y lo levanto, lo encaro contra la pared y preparo mi puño, estoy
dispuesto a matarlo.
Ella grita, la miro, viene corriendo hacia mí y me sujeta,
me separa y se pone frente a él, protegiéndolo. Me quedo observándola, embobado
en su bonito rostro desfigurado, tratando de comprenderla y cuando lo consigo,
lloro.
El la aparta, me observa y ríe, se mofa al verme llorar,
su risa parece diabólica. Cierro los ojos, suspiro, seco mis lágrimas. Ahora él
tiene el poder, yo he perdido.
Su puño golpea mi estómago destrozando mis pulmones, su
pierna golpea mi rostro, partiéndome la nariz y los pómulos. Caigo boca arriba
a tiempo para ver como el sofá me aplasta los huesos. Me agarra la pierna, me
saca de los escombros del sofá como si fuera papel, agarra mi cuello y me
levanta. Me lleva frente a la ventana de su piso y la destroza usando mi
cuerpo, me saca por ella para terminar.
Voy a morir, eso lo supe desde el momento en el que entre
a esa casa, porque él era más fuerte que yo, ella lo cubría con su manto. No
tengo miedo, sabia a lo que venía, es hora de acabar.
Ella me mira llorando, grita para que el me deje en paz y
no me tire, eso me hace sonreír. – Tranquila.- Digo. – No te preocupes por mí.
Tu… tan solo… sonríe… Te… quiero.- Termino la última frase, agarro al tipo del
brazo y me impulso hacia atrás usando los pies. Ambos caemos al vacío. Pasan
apenas dos segundos y el asfalto detiene mi caída, mientras mis ojos se apagan
lentamente quedándose con la última imagen, su sonrisa.